viernes, 10 de mayo de 2013

LA CIUDAD ROSA Y ROJA - Carlo Frabetti



Aquella princesa de largos y dorados cabellos estaba alarmada al observar que cada día muchos se quedaban enredados en su peine Pero, para su tranquilidad, la cuenta se mantenía siempre alrededor de los ciento ochenta mil cabellos, pese a que se le caían unos cincuenta diarios, por lo que no parecía probable quera a perder su dorado atributo.


Llegado el momento de tomar esposo, la princesa declaró que sólo se casaría con quien admirara la longitud de su cabellera. Eran datos sobradamente conocidos el número de sus cabellos y los que perdía diariamente, así como el hecho de que nunca se los cortaba, ya que la augusta melena era uno de los temas de conversación más frecuentes en palacio. Así que el astrónomo real, que la amaba en silencio, se presentó ante la princesa (que para confundir a sus pretendientes se recogía el pelo en un enorme moño) y le dijo:

- Si tenéis cinto cincuenta mil cabellos y se os caen unos cincuenta diarios, dentro de tres mil días se habrán caído todos los que ahora adornan vuestra cabeza (aunque, naturalmente, para entonces tendréis otros ciento cincuenta mil que os habrán ido saliendo al mismo ritmo que se os caen, puesto que la cuenta diaria demuestra que el número de vuestros cabellos permanece constante). Lógicamente, los últimos en caer serán los que hoy mismo os han salido, lo que equivale a decir que la vida media de un cabello es de tres mil días. Puesto que el cabello humano (incluso el principesco) crece a razón de un centímetro al mes, y tres mil días son cien meses, vuestra cabellera debe medir en su punto de máxima longitud (ya que en realidad tenéis cabellos de todas las medidas) aproximadamente un metro.

La princesa se casó con el astrónomo, que, acostumbrado a contar las estrellas, pasó a ocuparse personalmente del cómputo de los cabellos, uniendo al rigor del científico la solicitud del esposo.


SINOPSIS

¿Podría Narciso abrazarse a sí mismo si su imagen especular adquiriera realidad corpórea? ¿Es realmente la geometría el lenguaje universal de la inteligencia? ¿Han sido escritos ya todos los versos posibles? ¿Es la lectura una actividad degradante? ¿Cuál es el centésimo nombre de Alá? ¿Podría un dios omnisciente predecir el próximo movimiento de un jugador de ajedrez? ¿Quién y por qué disparó la flecha del tiempo? ¿Cómo pueden menguar las murallas de una ciudad a medida que ésta crece?
Éstas son algunas de las preguntas que, con sus asombrosas respuestas, asaltan al lector desde las páginas de La Ciudad Rosa y Roja, libro que retoma varias de las inquietantes ideas expuestas en la novela Los jardines cifrados (publicada en esta misma colección) y las desarrolla mediante el apólogo, la parábola, el diálogo socrático o el cuento maravilloso, con una singular mezcla de ironía, rigor intelectual y belleza literaria.
Un libro inclasificable y perturbador que, a partir de los más antiguos recursos del arte de narrar y conmover, propone un nuevo género en el que lo científico y lo literario se armonizan y complementan.

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