domingo, 30 de junio de 2013

EL JUGADOR - Fiodor Dostoievski

[Un joven, el narrador de esta historia, y una señora mayor, apostando al cero en la ruleta de un casino, acaban de ganar una buena cantidad de dinero.]

- ¡Hagan juego, señores! ¡Hagan juego! ¡No va más! -decía el croupier, dispuesto a girar la ruleta.

- ¡Dios mío! ¡Es demasiado tarde! ¡Ya van a tirar! ... ¡Juega, juega, pues! -decía, inquieta la abuela-. ¡No te entretengas, atolondrado!

Estaba nerviosa y me daba con el codo con todas sus fuerzas.

- ¿A qué número juego, abuelita?

- Al cero. ¡Otra vez al cero! ¡Pon lo más posible! ¿Cuánto tenemos? ¿Setecientos federicos? Pon veinte de una sola vez.


- ¡Reflexione, abuela! A veces está doscientas veces sin salir. Corre usted el riesgo de perder todo su dinero.

- No digas tonterías. ¡Juega! Oye cómo golpean con la raqueta. Sé lo que hago -dijo, presa de una agitación febril.

- El reglamento no permite poner en el cero más de doce federicos a la vez, abuela, y ya los he puesto. [...]

- Hecho el juego -anunció el croupier.

El disco giró y salió el 30. ¡Habíamos perdido!

- ¡Sigue poniendo! - dijo la abuela.

Me encogí de hombros y sin replicar puse doce federicos. El platillo giró largo tiempo. La abuela observaba temblando. [...]

- ¡Cero! -cantó el croupier.

- ¡Lo ves! -gritó triunfalmente la abuela.

Comprendí en aquel momento que yo también era un jugador. Mis manos y mis piernas temblaban. Era realmente extraordinario que en un intervalo de diez jugadas el cero hubiese salido tres veces, pero sin embargo había sucedido así. Yo mismo había visto, ayer, que el cero había salido tres veces seguidas y un jugador, que anotaba cuidadosamente en un cuadernito todas las jugadas, me hizo notar que, antes de ayer, el mismo cero no se había dado más que una vez en veinticuatro horas.

SINOPSIS

No hay nada de glamour en las salas de juego de la inquietante ciudad-balneario de Ruletenburgo; ni elegantes caballeros de modales refinados, ni vaporosas damas de belleza sin igual. Ni siquiera el brillo del oro apilado. Sólo hay chusma continental: haraganes y golfillas, representantes de la sinvergonzonería europea de alta alcurnia de la época. El ansia por conseguir dinero fácil se disfraza de noble desdén. Hasta que la turbación generada por una joven rusa hace saltar por los aires las relaciones de todos.
Ruina, demencia, odio, engaño y desengaño son sólo algunas de las explosivas turbulencias que un hombre, Alexei Ivanovich, desencadena en un paraíso cogido con alfileres. En el proceso, afloran algunas de las más agudas reflexiones del genial Fiodor M. Dostoievski, las cuales hoy provocarían a buen seguro más de una queja ante las representaciones diplomáticas de media Europa.

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