domingo, 6 de octubre de 2013

LA FÓRMULA STRADIVARIUS - I. Biggi

—Vale —dijo Ludwig haciendo un gesto con la mano como para dejar de lado la lección de historia—. Queda claro que los nazis creían poder dominar el mundo y volver a recuperar la divinidad perdida y que se dedicaron a ello. Pero, dígame, ¿cómo podrían usar esos instrumentos para conseguir sus propósitos?

—Como le dije al inspector, no tengo ni idea. No crea que no me he hecho mil veces esa pregunta.

—¿Y no ha llegado a ninguna conclusión?

—Ninguna que pueda tener sentido.

—Nada de todo esto tiene ningún sentido. Dígame qué se le ha ocurrido.

—Bueno —contestó Menasés alzando los hombros mientras mantenía las manos enlazadas detrás de la espalda—. Una posibilidad es que los instrumentos escondan una fórmula matemática a la que los nazis atribuyan la capacidad de crear el Universo.

—¿Una fórmula matemática? —respondió escandalizado el médico.

—Usted me ha pedido que le dé mi opinión. —Menasés volvió a alzar los hombros—. No digo que sea cierta o realizable. En la antigua Grecia, primero Pitágoras y luego otros muchos, afirmaban que el Universo era números. Todos los pueblos han dado gran importancia a los números y sus propiedades. La numerología cree que el número posee una personalidad propia que expresa la relación de las partes con el Todo, del individuo con el Ser. La Cábala, que yo estudio, cree en el poder de los números. Los alquimistas también. El Número de Oro o Proporción Áurea dirige la arquitectura de la naturaleza, la concha del caracol, la forma en que salen las ramas y las hojas de algunas plantas. Sobre él se establecieron los cánones de belleza del rostro humano en Grecia. Lo utilizó Leonardo da Vinci para las proporciones del ser humano. El Partenón, la catedral de Estrasburgo o la pirámide de Keops siguen esa proporción. Beethoven la emplea en su Quinta Sinfonía. El I’Ching o Libro de las Mutaciones habla en uno de sus capítulos de los números emblemáticos celestes y de cómo pueden evocar el Universo. Y lo que es curioso, recientemente han descubierto que Stradivarius fabricó sus instrumentos de acuerdo con esa proporción.

»Para los numerólogos se puede asignar un número a todo lo que existe. Por tanto, en él está la clave de su significado y comportamiento.

»Pitágoras observó que si tensaba una cuerda, como ocurre en un violín, ésta emitía una nota al pulsarla. Si dividía la cuerda en mitades, tercios u otros números racionales, obtenía notas en armonía con la primera. Pensó que los cuerpos celestes estaban separados unos de otros por intervalos exactos, como los de la cuerda, y por tanto el movimiento de estos cuerpos daba lugar a la “música de las esferas celestes”. Sus discípulos afirmaban que las proporciones numéricas eran el modelo sobre el que se había formado el Universo. Platón así lo dice en el Timeo, uno de sus diálogos. La proporción de las partes de un Todo constituiría la Armonía.

»Hasta tal punto los números eran importantes para Pitágoras que tenía uno especialmente venerado: el diez. La tetractys, que es una pirámide de significado esotérico, fue adoptada como símbolo sagrado de los pitagóricos.

Menasés, inclinándose con dificultad, dibujó con el dedo el símbolo pitagórico en el suelo de tierra.

—Claro que también podía ser algo relacionado con la vibración —apuntó el rabino incorporándose y retomando la pregunta de Ludwig—. Esto es un poco complejo —añadió Menasés—. Usted es otorrino. Sabe cómo se propaga el sonido. La característica fundamental es la frecuencia, ¿verdad? El número de ciclos en un tiempo determinado. Cuantas más oscilaciones en ese plazo de tiempo tenga ese sonido, más alta será la frecuencia. Bien. Imaginemos que el secreto que guardan esos instrumentos es una fórmula musical por la que Stradivarius era capaz de alcanzar determinadas frecuencias que provocaran una reacción física en el medio. ¿Qué opina?

—Todo me parece la misma locura —admitió Ludwig—. En todo caso esta idea no es peor que las otras.

—Gracias —dijo sonriendo Menasés.

—Hay una teoría de un especialista japonés en medicina alternativa —apuntó Ludwig recordando los últimos artículos aparecidos en revistas especializadas—, un tal Maseru Emoto, sobre por qué la música es capaz de relajar o acelerar el ritmo cardíaco. Según él ésta puede modificar la estructura molecular. Emoto ha realizado experimentos en los que moléculas de agua expuestas a música clásica adoptan unas formas delicadas y simétricas, mientras que, si se cambia la música por otra de rock, los cristales del agua se parten. Al estar el cuerpo humano compuesto en su mayoría de agua, la alteración molecular de ésta tendría consecuencias en el organismo.

Entre tanto habían terminado de recorrer el magnífico jardín botánico. Parados delante de las columnas, Ludwig echó un vistazo a su reloj y propuso:

—¿Le gustaría acompañarme a almorzar? Tengo hambre. Conozco un sitio donde se come de maravilla. Quizá podríamos seguir hablando.

—¿Por qué no? —dijo Menasés.

—Seguro que le gusta. ¿Come de todo?

—Lo que me echen —contestó Menasés sonriendo abiertamente—. ¿Lo pregunta porque soy judío? En los campos de concentración aprendí a no despreciar nada.


 SINOPSIS

Una trama que reúne historia, religión y una música tan celestial como peligrosa.
Antoni Stradivarius fue el más famoso luthier de todos los tiempos. En 1680, un hombre misterioso visita Stradivarius en plena noche para hacerle un prodigioso encargo: construir doce instrumentos de cuerda cuya melodía abra las puertas del cielo. En el año 2003, el inspector Herrero investiga el brutal asesinato de un acaudalado armador residente en Madrid. Mientras, un asalto sin móvil aparente al apartamento de un joven médico alarma a las autoridades de Ginebra. ¿Pueden estos casos, aparentemente aislados, tener alguna relación con la visita secreta que Stradivarius recibió aquella noche hace más de tres siglos? 

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